15 de septiembre de 2010

DURO PORVENIR


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Al ser humano le gustan las moles, baste si no ver la fascinación que nos provoca Manhattan. El encanto que le encontramos al asfalto y al pavimento duro de todo tipo en este país, es más difícil de explicar. Ya no nos queda ni la tierra del alcorque. Ahora es una pasta de piedras de plástico. Su uso más común, en cambio, no ha variado: el de rincón del pis de los perros del vecindario.

Los perros tienen que mear, pero quedan lejos los parques.

La Arquitectura es fascinante, pero que poca hallamos. El urbanismo está en un periodo de agotamiento, y transformación. Veamos… ¿nos enteramos ya de que hay un antes y un después de Kyoto?

El diseño urbano se va a transformar en una materia muy ramificada, que integre factores de enorme complejidad, para hacer una ciudad más sostenible e integrada en la naturaleza.


Pero los perros tienen que mear. Y las piedrecillas plastificadas se descomponen con el orín. Se desintegran apenas puestas… duran unos pocos meses, asi que son como las gallinas de los huevos de oro para los fabricantes. Han empezado a proliferar en rotondas y paseos, no se salva ni la insípida remodelación de Serrano.

Quien haya caminado junto a la tapia del botánico, y sentido un soplo de aire fresco y un olor a tierra húmeda, compartirá que en Madrid falta naturaleza.

Si, es cierto que el Urbanismo por aquí, ha negado la naturaleza en la ciudad, diferenciándola como elementos indisolubles, como el agua y el aceite.

En el corazón de España, nuestra naturaleza es contraria a la exuberancia. Representa una transición con toda su intensidad de matices de los paisajes húmedos del norte, hasta los desérticos del sur, y de los mediterráneos a los atlánticos. Y también por esto es extremadamente delicada. No se regenera espontáneamente. Es muy susceptible a su degradación irreversible, a convertirse en un terreno yermo.

Con una simple pala que entierre el fino sustrato orgánico de la corteza, creamos un terreno yermo, véanse sino los terraplenes de las circunvalaciones.

Pero parece ser que tenemos que circunvalarnos, con autopistas de desnudas cunetas jalonadas de mastodónticos centros comerciales donde poder comprar en Zara, comer en el Mac, y ver la última superproducción con palomitas, a poder ser. La cristalización de una política liberal en forma urbana. Que una inmensa mayoría de madrileños vota.

Para el centro, se consiente un servicio muy mediocre de limpieza, que se suma a la nula cooperación ciudadana. Tras la copa del mundo, Madrid se pasó con un persistente y desagradable olor a meada por todas las calles afectadas por las celebraciones de la victoria. Duro varias semanas. Conjuré a los espíritus, y la lluvia por fin llegó, imprescindible pues la adorable tradición de regar las calles, parece extinguida. Triste, en un año de elevadas lluvias. Y más después de una concentración humana tal. Pues los humanos, tenemos que mear.

Yo por mi levantaba todas las baldosas de granito de Callao, y sobre una gran mancha de terreno blando, plantaría arboles de generosas copas. Seguiría martilleando el cemento, extendiéndome por avenidas, y plazas. Instalaría aseos públicos, pisacanes, fuentes para beber, laminas de agua para refrescar, y remojar las piernas.

Aunque algo me da en la nariz que todo el vecindario madrileño se dedicará a destrozarlo ipso- facto. ¿Estamos a la altura?. Hoy por hoy, suspendemos, y no tendremos una ciudad mejor.

Os dejo un enlace a una iniciativa que viene de Londres, de lo más interesante, guerrilla gardening. Su promotor, realiza acciones de ajardinar esos pequeños huecos tristes de las ciudades. En Liquidambar, pretendemos sumarnos: estoy buscando la ocasión para plantar uno de los alcorques de mi calle, Argumosa, con información sobre la iniciativa, a ver si alguien se anima, y entre todos hacemos un experimento. Comprobar si en Madrid preferimos abrir huecos verdes, o hormigonarlos para siempre. Ese duro porvenir.

Ya os avisaremos por facebook, a ver si alguien se suma. Estais todos invitados. Y… Gracias por leernos ;)

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